1.17.2011

Lagunilla mi Barrio

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(México, 1981)
Dirige Raúl Araiza
Con Manolo Fábregas, Lucha Villa, Leticia Perdigón, Héctor Suárez
Dura como hora y media tipo

¿Qué pasa cuando las clases sociales interrumpen un bello amorío? Si en algún momento estuvieron más enfrentados Charlie Marx y Paris Hilton, esta no es la película que lo relata pues en esta sí dejan del lado el qué-dirán y abren paso al amor prohibido que murmuran por la calle. ¿Se ha visto ud. enredado en un embrollo como el que está próximo a leer?

Don Abel es un viejo y patético anticuario que ha pasado más de 40 años de su miserable vida trabajando arduamente para hacerse de un patrimonio, pero su socio se le muere y los hijos de aquél lo despiden porque tener una tienda de antigüedades da mucha hueva, ellos quieren un hoyo funky. Nuestro viejo amigo hace lo posible por sentirse útil pese a su inútil edad, su familia no lo apoya y sus amigos tampoco le hacen el paro, por lo que se va a caminar al centro cargado de unos cuantos pesos y mucha elegancia. Sabe Dios cómo, pero va a dar a la Lagunilla y el hambre le gana así que entra a La Lancha de Oro, tortería de barrio que sirve las tortas en frío y los refrescos en casco. Como se enchila, se va.

Sin embargo, la visita le hace ver que el ambiente mercantil es también muy amistoso y decide comprar (o rentar o traspasar o robar) un local para instalar su pequeña antigüería, de forma que ofrece una fiesta para todos sus nuevos vecinos. Entre ellos, acude Doña Lancha, la dueña y hacedora de aquellas memorablemente picosas tortas, una mujer madura pero bien conservada, con mucho amor para dar y una bella hija en sus veintes. En la fiesta, Doña Lancha aprovecha para poner a Abel bien pedo y hacerse la interesante, quitándole a las gatas de encima y llevando tortas de pulpo para los invitados. A partir de ese momento, entre los dos comienza a surgir una bonita relación de complicidad y cariño.

Abel la lleva en un cita a Chapultepec, le habla de amor y poesía, le echa agua del lago y la lleva de vuelta a casa. Ahí, en el portón de lámina, Lancha le confiesa que su hija ya está pensando mas bien en dar la prueba de amor y está segura que eventualmente quedará sola, fea y amargada, así que invita a Abel a pasar a tener un encuentro erótico y musical. Abel la rechaza, no porque le dé asco, sino porque no quiere ser una aventura para ella. En ese momento, su relación se hace de franco noviazgo. El elegante hombre decide cocinarle una cena con luz baja y música suave, Lancha piensa que la comida huele rete sabrosa y se siente mal, pero no mal de mal sino mal de bien, sin embargo admite que ese mundo es totalmente ajeno a ella y el amor no puede ser verdadero, siendo ella una macha lagunillera y él una nena de Las Lomas. Para demostrar lo equivocada que está, Abel la lleva a conocer a su familia, quien automáticamente la malmira porque quieren lo mejor para él, pero el hombre se toma un hidalgo de tequila, defiende su amor, les dice que se va a casar y los barre.

Como no todo podía ser tan bonito, que de por sí ni lo era porque más que nada es pura soledad y desesperación el origen de ese amor, el padre de la morrita regresa para recuperar el tiempo perdido con Lancha, luego de casi 20 años de estar separados, pero Abel lo convence a punta de palabras finas y un madrazo a la cara para irse y dejarlos en paz. El malvado ranchero se larga y, cuando están a punto de ahora sí casarse, resulta que el novio de la misma chava, que es toda una fichita, lo embauca con una antigüedades robadas. Gracias a Dios, los laguinilleros que son muy unidos lo convencen de entregarse y rescatar la honra del viejo Abel. Finalmente se casan todos y viven felices para siempre en el primer cuadro de la ciudad.

Lagunilla mi Barrio nos desvela los misterios de las relaciones por conveniencia, tanto conveniencia material como afectiva, trucos y consejos para tener un exitoso matrimonio con Lucha Villa cuando uno parece por demás homosexual. Es bien sabido que la gente pobre es muy honrada y feliz, pero la cinta del Sr. Araiza nos demuestra también que hasta para ser convenencieros es padre tener un toque de distinción y contar con una buena palomilla de vecinos dispuestos a partirsela por usted cuando la ocasión así lo amerita. Y disculpe ud. el tono solemne de su servidor pero estoy muy, muy triste porque una de las voces que más relevancia tuvo en mi vida se acabó para siempre...

Dedicado a Trish Keenan.

Siempre suyo... Roi.

1 comentario:

La Mancha de Tinta dijo...

Don Abel no era adinerado, más bien era de clase media, solo que sus hermanas se habían casado con hombres adinerados.