1.03.2011

Priscila, la Reina del Desierto

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(The Adventures of Priscilla, Queen of the Desert; Australia, 1994)
Dirige Stephan Elliot
Con Terence Stamp, Hugo Weaving, Guy Pierce, una filipina
Dura 103 minutos

De entre las cosas más difíciles que alguien seguramente debe enfrentar son, a saber, las divisiones con más de un número afuera de la casita o llevar la vida según el género con que uno no nació. Y cuando ya de por sí la vida pinta complicada cuando se es diferente, esta cinta nos muestra como siempre es posible hacer de la discriminación una hora y media muy divertida porque, shocker, la vida también es divertida a veces. Y a darle que este blog no se escribe solo (aunque hay quienes han de creer que sí).

Tick es una draga buena onda que cabaretea las noches de Sidney. Pero tiene un pasado... pues nada raro para el guei promedio que anda en sus 40s en los 90s, o sea, es de que tiene una ex esposa. Sin embargo, ellos son abiertos de la mente y continúan de buenos amigos. La ex esposa, ahora toda una empresaria de la vida nocturna en provincia, le invita a presentar su show en el antro de moda de aquel pueblucho, por lo que Tick se ve en la necesidad de hacer casting a sus amigas para darle vida a tan bonito espectáculo.

La primera finalista es Bernardette, una trans ya entradita en años que vio sus mejores días décadas atrás, con el espectáculo de cabaret Les Girls (creo, porque así también se llama la película en The L Word y pues uno se confunde), pero empeñada en recuperar la gloria de antaño y unos centavitos que no le vienen nada mal para sus hormonas y brassieres. La siguiente elegida sería Felicia, una travesti joven, guapa y firme, pero lo que tiene en juventud lo tiene también en pendeja y payasa y, como es claro, la que es payasa cae mal. Una vez que las convence de ir a trabajar para su ex, con gran escarnio que la declaración provoca, los tres coinciden en que la mejor solución no es adquirir un peaje de avión sino comprar un bus y hacer el viaje por su cuenta.

Como el bus está bien chafa y madreado, cada tanto deben hacer paradas forzosas y reparar el daño, pero como son gueis pues no les sale y casi que lo dejan peor, mas sin en cambio, lo que sí hacen bien es pintarlo de un lindo tono fucsia medio lilo (no pun intended... bueno sí) y ponerle un tacón bien grande en el toldo. Así nace Priscila, la Reina del Desierto. En su camino, se topan con aborígenes que disfrutan del reventón musical, a una filipina que dispara pelotas del pinpón por el chango y su esposo, todo un caballero de las afueras provincianas quien, después de mucho meditarlo, decide acompañarlas en su camino toda vez que Felicia se pone de bravucona con unos chacales que se las hacen de pedo. Afortunadamente Bernardette, que es sabia como Satanás, le explica a la otra revoltosa en teoría y práctica que las mujeres como ellas tienen mucho que aprender de la auto defensa y el maquillaje de día.

Llegan por fin al pueblo chico, infierno grande, donde la gran revelación no es el bajísimo salario que han de recibir por sus visiones sino que la ex esposa de Tick no es sólo eso sino la madre de su hijo. Pero es Tick quien más nervios tiene pues no ha visto al chico en muchos años y no sabe cómo hablarle de su condición homosexual y su profesión; para su sorpresa, el morrito está completamente al tanto de su bussiness y está super de acuerdo con la carrera que su padre eligió. Luego de la estadía en aquel tugurio, deciden todos regresar a la capital y montar el espectáculo de sus vidas, personificando a ABBA como las diosas que siempre fueron y seguirán siendo. Menos Bernardette, que se queda con el viejo en el interior de la República y cuyo paradero se desconoce.

Priscila nos retrata (a unas más) el escenario de la transgresión, la comunidad LGBTTTTTTT que le llaman, los trajes de chaquira y canutillo, los tacones del 8 y el apabullante ir y venir dentro de una sociedad heteronormada donde todo lo diferente es malo, raro, feo, enfermo y mil vistoso, sin dejar atrás la enseñanza de que es posible escribir una reseña con un chingo de palabras en cursiva. Pero como las chicas, cuando lo son porque tampoco ha de confundirse a un par de vestidas con una mujer hecha y derecha (como lo es Bernardette), el simple y mortal humano puede confiar en que es un acto de la más alta dignidad aquél de vivir como uno quiere bajo los preceptos que a uno mejor convengan, o sea, que está bueno aquello de intentar ser feliz ocasionalmente porque nadie, a menos que lo quiera, es víctima eterna de sus circunstancias.

Siempre suyo... Roi.


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